miércoles, 16 de mayo de 2012

Un Paseo por El Paraíso

Es la nueva novela que estoy escribiendo y corrigiendooo....
La iré subiendo por capítulos, no tiene la corrección definitiva...
Espero sus críticas y sugerencias para mejorarla.....




Un paseo por “El Paraíso”


Capítulo 1                         


Febrero 2012, Mendoza


    El cartel que anunciaba el paso interprovincial y daba la bienvenida a Mendoza la emocionó, con el que anunciaba que entraba al departamento de San Carlos agregó estremecimientos a la emoción que venía intentando controlar hacía horas.
Al detenerse en algunos semáforos que ordenaban la pequeña ciudad cabecera que precedía de su pueblo unos quince kilómetros, había personas que la habían reconocido. Maylen saludó a todos con la mano extendida y una sonrisa en los labios. No eran allegados, pero su nuevo trabajo tenía esos efectos colaterales.
El aire estaba lleno de aromas y cada uno encerraba un recuerdo. La ruta 40 la devolvía a su tierra, como una mano suave que suelta un cachorro. No tenía pensado sentirse así, pero estaba emocionada hasta la médula. La radio que sonaba en el equipo de audio de su modesto auto azul, había anunciado que superaban los treinta grados a las diez de la mañana. Sin importar la elevada temperatura, apagó el aire acondicionado del vehículo y bajó la ventanilla para llenarse del perfume de su tierra, el aíre frío que bajaba de la montaña arrastraba el aroma de la piedra mezclada con el de las nieves eternas, un dulzón olor a flores de jarillales que se combinaba armoniosamente con el áspero perfume de las verdes hojas de vid y sus aterciopelados maduros frutos y la característica e infaltable fragancia de las docenas de variedades de pinos que bordeaban la ruta. Algunos alfombraba la banquina de sus fina agujas, otros regalaban sus gigantes frutos en forma de piñas, los más finos tenían la distinción de frutos pequeños y cerrados. Todo se conjugaba para conquistar el lugar y darle una personalidad única, en aroma y paisaje.
El calor y el polvo que entraban por la ventanilla eran molestos y estaba segura que llegaría hecha un desastre, pero no le importaba. Después de saludar a toda la familia, se sacaría el solero floreado, se metería en un bañador e iría al lago que estaba detrás de la plantación. Espejo cristalino y manso responsable directo de toda la vida de “El paraíso” y responsable de la verde vegetación en aquel suelo árido, que en primavera y verano regala una explosión de colores, tan vivos como el arco iris. Brillante y solitario reposaba al pie de la montaña, uno de los hijos menores del río Tunuyán, sus aguas heladas proveen los minerales elementales para la vida en aquel lugar. Con su opalescencia reflejando las imponentes montañas, desafía la omnipotencia de los colosos y hiere sus entrañas con sus brazos audaces que se internan en la roca. Todo parece una postal. Verdes pinos bordean el camino pedregoso que llega hasta él y se extiende por todo el largo límite con la propiedad Timerman. Aquel santuario solitario y pedregoso era una de las cosas que más extrañaba.
Aferró el volante con las dos manos para girar en la pronunciada curva cerrada y sonrió con ganas cuando vio un cartel amarillo, de esos que colocan los de la municipalidad, que informaba “Curva de Libko”, con su correspondiente símbolo de precaución.
Ella le había dado el nombre a esa curva. Frenó el auto y bajó para acercarse y tocar la señal. A los tres años a su hermano Libko le habían regalado una bicicleta, allí comenzó la leyenda. Nunca pasaba por esa curva sin caerse, el camino pedregoso y árido era traicionero pero ella y su hermano más pequeño, Lautaro, aprendieron rápido a tener cuidado en ese lugar, sin embargo Libko quería vencer a la naturaleza. Al cumplir diez años Maylen le hizo un cartel en madera y pintura en aerosol “Curva de Libko” y lo llevaron en ceremonia para colocarlo en el lugar. Su hermano con una rodilla en carne viva producto de su última caída, sostuvo el cartel mientras su tío lo golpeaba con un pesado martillo y quedaba firme inaugurando el lugar. Estuvo allí durante años. Por aquel entonces ese camino sólo era transitado por los ocasionales clientes que llegaban a la viña. Después del 2005, cuando la economía nacional comenzó a transitar el lento camino hacia la estabilidad, la finca comenzó a convertirse en un paso elegido por turistas. Actualmente, como la mayoría de plantaciones y bodegas de la región, recibía miles de turistas al año. Motivo por el cual habían oficializado el nombre.
“Finca El Paraíso” exhibía el cartel que finalmente le hizo volcar las lágrimas que se habían rebelado contra su terquedad y resbalaron definitivamente por sus mejillas. Siete años. Había pasado tan rápido el tiempo que no podía creer que se hubiera ausentado del pueblo durante tantos años. Estaba llegando al lugar que la vio nacer y por el que paseó tantas veces durante veinte años. Allí estaba toda aquella gente que verdaderamente la conocía, la quería, la extrañaba. Sus padres, su abuelo, su tío, sus hermanos, sus amigas y Gabriel.
“El Paraíso” era el nombre que su bisabuelo le había dado a la tierra que ocupara cien años atrás. Realmente lo parecía. Atravesando unos pocos kilómetros de páramo desértico que separaba la carretera de la propiedad, se encontraba el paraíso, una extensión de valle verde al pie de la Cordillera de los Andes. La vista desde la ruta de tierra que llegaba hasta allí era incomparable: el fondo nevado de los picos de las montañas más altas de América con su magnificencia absoluta eran el marco, podía observarse los verdes cultivos de vid acompañar el último tramo de ladera y luego extenderse por el valle. La casita que había construido su bisabuelo, era el primer edificio que se veía desde la carretera. Ya no era una casita en el sentido estricto de la palabra, pero para la familia lo sería por siempre, había sido modificada por su abuelo y luego ampliada y mejorada por su tío y su padre convirtiéndola en una digna representante de las construcciones del lugar, con sus paredes de troncos, piedras y sus techos de tejas de dos aguas. Maylen no había visto la cabaña transformada en restaurant, a su regreso, ella la recibía orgullosa.
Los Timerman, familia centenaria del lugar, conocidos en toda la provincia. Sus vinos “Cabañas del Valle” eran expuestos en cada acontecimiento local, provincial, nacional y con una exportación cada vez más importante.
La responsabilidad de perpetuar aquello por lo que tres generaciones familiares había peleado tanto, era un peso específico demasiado grande para escapar a pesar que su deseo, desde pequeña, siempre había sido ser periodista. Al cumplir veintiún años, se había resignado a que su vida continuaría en la finca y estaba feliz, el negocio había florecido después de la crisis del 2001, llegando a niveles de rentabilidad y expansión como jamás lo había tenido. Y había encontrado el verdadero amor. Además consideraba que en la balanza de su vida, el sueño propio era mucho más efímero que el peso de tres generaciones de Timerman.
Sin embargo, Maylen intempestivamente había abandonado todo aquello.


Vivir en el pedemonte y escalar sus picos era un reto que ningún joven del pueblo se perdía, al igual que hacer rafting en los rápido del río Tunuyán en época de deshielo, o esquiar y hacer snowboard en el invierno cuando la nieve está firme sobre la montaña. Los deportes extremos al alcance de la mano eran tan provocadores y atrayentes que pocos se resistían. Siete años atrás, con un grupo de amigos salieron equipados para escalar unas de las montañas cercanas. Un pico que hasta ese momento jamás habían alcanzado. De los que emprendieron aquella aventura juntos, dos no regresaron. Aun antes de curar sus heridas, Maylen tomó sus cosas y viajó a Buenos Aires.
Estaba de regreso, por unos pocos días, pero estaba segura que ni bien pusiera un pie en la casa sería como si nunca se hubiera ido. Nunca perdió contacto con sus padres. Su madre viajaba cada tres meses y su padre una vez al año. Sus hermanos ahora mayores también solían pasarse una o dos veces al año por su departamento en la ciudad de Buenos Aires.
Sacudió al cabeza para despejársela de la incipiente angustia y tomó el móvil para avisar que en diez minutos llegaría a la casa familiar. Su llegada sería toda una sorpresa, había mentido a su madre diciéndole que iría a disfrutar de sus ansiadas vacaciones, que tardaron tres años en llegar, a alguna isla del sur del Brasil.
El griterío de su madre y el de Rosa, la mujer que trabajaba en la tienda pegada a la de su madre se colaba nítido por el auricular y Maylen tuvo que alejarse de aparato para no quedar aturdida.
– ¿Diez minutos? ¿Dijiste diez minutos? – escuchó la pregunta a pesar de la distancia a la que sostenía el móvil.
– Madre estoy en la curva de Libko – Maylen acercó de nuevo el móvil para hablar con su madre.
– ¡Eso es menos de diez minutos! – fue lo último que entendió y sonriendo cortó la comunicación porque todo era gritos desde el otro lado, su madre comenzó a llamar a todos a viva voz, sin pensar que en cada una de las dependencias en las que podían estar los hombres contaba con extensiones telefónicas y además todos tenían su propio móvil.
Todavía con la sonrisa en los labios a causa del cartel y de la reacción poco femenina de su madre que era la imagen de la serenidad, estacionó el auto frente a la galería comercial para encontrarse con una docena de personas esperándola en la puerta de la casa. ¿Cómo lo había logrado su madre en tan poco tiempo? Era un misterio. Largas caminatas iban desde los viñedos a las bodegas y ni hablar de éstas a los almacenes, o la embotelladora. Generalmente dentro de la propiedad se movían en camionetas o tractores. Pero todos los que ella apreciaba estaban allí.
Los abrazos y besos fueron interminables. No se colaron recriminaciones, ni reclamos en la bienvenida. Sus hermanos la alzaron por los aires cuando les tocó el turno de saludar.
– Ustedes dos son unas bestias – regañó a sus hermanos cuando la dejaron en el suelo, acomodándose el vestido que se le había subido hasta el muslo.
– Ya no puedes darnos de coscorrones, hermanita – bromeó su hermano menor que le sacaba una cabeza de altura.
Libko era seis años menor y Lautaro ocho. Cuando ella se fue sus hermanos eran más bajos y más delgados, sobre todo Libko que había robustecido su cuerpo grande. Lautaro era alto, pero seguía siendo muy delgado. Hacía un año que no los veía. El último viaje de Libko a Buenos Aires, la encontró a ella en viaje de trabajo, cubriendo las noticias que sucedían en el interior de la provincia.
Los tres hermanos tenían nombres mapuches, comunidad originaria del lugar que trabajó con ellos desde que su bisabuelo comenzara con el trabajo en esas tierras. Su madre Millaray, era mitad mapuche y mitad alemana. Una mezcla exótica con la cual crearon una mujer exóticamente bella. Alta, de piel acanelada, verdes ojos rasgados en una cara ovalada y fina, con el fino cabello color caramelo fundido. Maylen era igual a su madre, sólo unos centímetros más alta y con el pelo más rebelde y ensortijado. Sin embargo, Libko eran como su padre, su tío y su abuelo. Alto, de cabellos claros, aunque su abuelo ya había cambiado a blanco, ojos grises, cuerpo grande por el trabajo con la tierra y sonrisa cínica. Lautaro era un rebelde en todos los sentidos: altísimo, desgarbado, cabellos oscuros y ojos azules y exhibía la sonrisa más pícara que pudiese existir.
– No, ya no puedo en la cabeza pero se me dan bien los puntapiés a la espinilla.
– Sin peleas niños – regañó Rosa a los hermanos y apartó a Libko para abrazar a la hija pródiga – Bienvenida a casa hija, espero que podamos tenerte por un buen tiempo – dijo con su voz dulce.
Rosa era como la tierna abuela que ella y sus hermanos no llegaron a conocer. Vivió en la viña desde que comenzara a trabajar en ella cuarenta años atrás, cuando su abuelo le dio trabajo y vivienda a una pareja joven y con ganas de progresar. Era viuda desde hacía veinte años, su esposo fue capataz de la plantación hasta que murió, puesto que actualmente ocupaba uno de sus hijos. Que allí se encontraba junto a tres hermanos más dando la bienvenida a la niña mimada de la finca.
Terminados los saludos la familia entera dejó todas sus ocupaciones en manos de sus dependientes y se instaló en la casa grande para interiorizarse de la vida de Maylen. Ella le contó de sus trabajos, de las noticias que más la habían impactado últimamente y que sólo estaría de visita por veinte días. Volvería a Buenos Aires para disfrutar de los restantes días libres, antes de que su móvil sonara a cualquier hora y cualquier día de la semana para ir a cubrir la noticia del momento. Desde hacía tres años trabajaba para un importante noticiero de un canal de aire muy visto a nivel nacional, pero hacía sólo uno que trabajaba como cronista de exteriores y su cara comenzó a aparecer en los televisores de todo el país y todos solían verla por en la televisión cubriendo las noticias. Su familia ya lo sabía pero igualmente ella contó a todos los presentes que la oportunidad en el noticiero se la dio su compañera y única amiga de la ciudad al quedar embarazada y dejar libre el puesto. Durante dos años ella fue la fotógrafa que siempre acompañaba al móvil del canal, hasta que un día, dos minutos antes de salir al aire, Rosario comenzó a descomponerse en medio de una batalla campal entre personas que habían usurpado un edificio público y la policía, en plena ciudad. Se llevaron a su amiga hasta el móvil a la espera de la ambulancia, ella agarró el micrófono y pidió al camarógrafo que siguiera la contienda mientras narraba lo que sucedía. A los ejecutivos del canal les gustó mucho la cobertura de la situación. A su amiga le prescribieron reposo absoluto durante todo el embarazo y ella con el título de Comunicadora Social sin estrenar bajo el brazo aceptó la propuesta de comenzar a trabajar como cronista.
Maylen tenía otra pasión que la llevó a conseguir el trabajo que actualmente tenía. La fotografía. Ella tenía un don para captar las imágenes, a lo que le agregó estudio y técnicas de diseño que hacían que sus fotos se publicaran en las revistas más importantes del país. Pudo conjugar sus dos pasiones y por el momento podía con ambas. Pero no le quedaba tiempo ni para respirar. Corría de un lado a otro todos los días del año. Eso había ido a buscar lejos de su hogar y lo había conseguido. Tenía el título de periodista trabajaba ejerciendo su profesión, sacaba réditos de su otra vocación y su cabeza tenía poco tiempo para pensar en el pasado.
Después de comer y una larga sobremesa rodeada de decenas de personas que se acercaban cuando se enteraban que estaba de regreso, ponerse al tanto de las últimas novedades en el pueblo, repartir los regalos que le había llevado a todos, se dispuso llevar a cabo la segunda de las cinco cosas que la habían llevado nuevamente a ese lugar. El lago.

3 comentarios:

  1. Eyyy, no sabía del blog. lo vi en el blog de Escribimos. te sigo, soy raquel!!
    Besos guapa!!!

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    1. Besos Raquel, es un placer saber que te tengo de amiga aquí tambien!!!!!

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  2. Bienvenida al bolg Sara!!!!
    y por supuesto voy a pasar por tu blog.
    Besos!!!!!!!!

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