miércoles, 16 de mayo de 2012

Un Paseo por El Paraíso

Es la nueva novela que estoy escribiendo y corrigiendooo....
La iré subiendo por capítulos, no tiene la corrección definitiva...
Espero sus críticas y sugerencias para mejorarla.....




Un paseo por “El Paraíso”


Capítulo 1                         


Febrero 2012, Mendoza


    El cartel que anunciaba el paso interprovincial y daba la bienvenida a Mendoza la emocionó, con el que anunciaba que entraba al departamento de San Carlos agregó estremecimientos a la emoción que venía intentando controlar hacía horas.
Al detenerse en algunos semáforos que ordenaban la pequeña ciudad cabecera que precedía de su pueblo unos quince kilómetros, había personas que la habían reconocido. Maylen saludó a todos con la mano extendida y una sonrisa en los labios. No eran allegados, pero su nuevo trabajo tenía esos efectos colaterales.
El aire estaba lleno de aromas y cada uno encerraba un recuerdo. La ruta 40 la devolvía a su tierra, como una mano suave que suelta un cachorro. No tenía pensado sentirse así, pero estaba emocionada hasta la médula. La radio que sonaba en el equipo de audio de su modesto auto azul, había anunciado que superaban los treinta grados a las diez de la mañana. Sin importar la elevada temperatura, apagó el aire acondicionado del vehículo y bajó la ventanilla para llenarse del perfume de su tierra, el aíre frío que bajaba de la montaña arrastraba el aroma de la piedra mezclada con el de las nieves eternas, un dulzón olor a flores de jarillales que se combinaba armoniosamente con el áspero perfume de las verdes hojas de vid y sus aterciopelados maduros frutos y la característica e infaltable fragancia de las docenas de variedades de pinos que bordeaban la ruta. Algunos alfombraba la banquina de sus fina agujas, otros regalaban sus gigantes frutos en forma de piñas, los más finos tenían la distinción de frutos pequeños y cerrados. Todo se conjugaba para conquistar el lugar y darle una personalidad única, en aroma y paisaje.
El calor y el polvo que entraban por la ventanilla eran molestos y estaba segura que llegaría hecha un desastre, pero no le importaba. Después de saludar a toda la familia, se sacaría el solero floreado, se metería en un bañador e iría al lago que estaba detrás de la plantación. Espejo cristalino y manso responsable directo de toda la vida de “El paraíso” y responsable de la verde vegetación en aquel suelo árido, que en primavera y verano regala una explosión de colores, tan vivos como el arco iris. Brillante y solitario reposaba al pie de la montaña, uno de los hijos menores del río Tunuyán, sus aguas heladas proveen los minerales elementales para la vida en aquel lugar. Con su opalescencia reflejando las imponentes montañas, desafía la omnipotencia de los colosos y hiere sus entrañas con sus brazos audaces que se internan en la roca. Todo parece una postal. Verdes pinos bordean el camino pedregoso que llega hasta él y se extiende por todo el largo límite con la propiedad Timerman. Aquel santuario solitario y pedregoso era una de las cosas que más extrañaba.
Aferró el volante con las dos manos para girar en la pronunciada curva cerrada y sonrió con ganas cuando vio un cartel amarillo, de esos que colocan los de la municipalidad, que informaba “Curva de Libko”, con su correspondiente símbolo de precaución.
Ella le había dado el nombre a esa curva. Frenó el auto y bajó para acercarse y tocar la señal. A los tres años a su hermano Libko le habían regalado una bicicleta, allí comenzó la leyenda. Nunca pasaba por esa curva sin caerse, el camino pedregoso y árido era traicionero pero ella y su hermano más pequeño, Lautaro, aprendieron rápido a tener cuidado en ese lugar, sin embargo Libko quería vencer a la naturaleza. Al cumplir diez años Maylen le hizo un cartel en madera y pintura en aerosol “Curva de Libko” y lo llevaron en ceremonia para colocarlo en el lugar. Su hermano con una rodilla en carne viva producto de su última caída, sostuvo el cartel mientras su tío lo golpeaba con un pesado martillo y quedaba firme inaugurando el lugar. Estuvo allí durante años. Por aquel entonces ese camino sólo era transitado por los ocasionales clientes que llegaban a la viña. Después del 2005, cuando la economía nacional comenzó a transitar el lento camino hacia la estabilidad, la finca comenzó a convertirse en un paso elegido por turistas. Actualmente, como la mayoría de plantaciones y bodegas de la región, recibía miles de turistas al año. Motivo por el cual habían oficializado el nombre.
“Finca El Paraíso” exhibía el cartel que finalmente le hizo volcar las lágrimas que se habían rebelado contra su terquedad y resbalaron definitivamente por sus mejillas. Siete años. Había pasado tan rápido el tiempo que no podía creer que se hubiera ausentado del pueblo durante tantos años. Estaba llegando al lugar que la vio nacer y por el que paseó tantas veces durante veinte años. Allí estaba toda aquella gente que verdaderamente la conocía, la quería, la extrañaba. Sus padres, su abuelo, su tío, sus hermanos, sus amigas y Gabriel.
“El Paraíso” era el nombre que su bisabuelo le había dado a la tierra que ocupara cien años atrás. Realmente lo parecía. Atravesando unos pocos kilómetros de páramo desértico que separaba la carretera de la propiedad, se encontraba el paraíso, una extensión de valle verde al pie de la Cordillera de los Andes. La vista desde la ruta de tierra que llegaba hasta allí era incomparable: el fondo nevado de los picos de las montañas más altas de América con su magnificencia absoluta eran el marco, podía observarse los verdes cultivos de vid acompañar el último tramo de ladera y luego extenderse por el valle. La casita que había construido su bisabuelo, era el primer edificio que se veía desde la carretera. Ya no era una casita en el sentido estricto de la palabra, pero para la familia lo sería por siempre, había sido modificada por su abuelo y luego ampliada y mejorada por su tío y su padre convirtiéndola en una digna representante de las construcciones del lugar, con sus paredes de troncos, piedras y sus techos de tejas de dos aguas. Maylen no había visto la cabaña transformada en restaurant, a su regreso, ella la recibía orgullosa.
Los Timerman, familia centenaria del lugar, conocidos en toda la provincia. Sus vinos “Cabañas del Valle” eran expuestos en cada acontecimiento local, provincial, nacional y con una exportación cada vez más importante.
La responsabilidad de perpetuar aquello por lo que tres generaciones familiares había peleado tanto, era un peso específico demasiado grande para escapar a pesar que su deseo, desde pequeña, siempre había sido ser periodista. Al cumplir veintiún años, se había resignado a que su vida continuaría en la finca y estaba feliz, el negocio había florecido después de la crisis del 2001, llegando a niveles de rentabilidad y expansión como jamás lo había tenido. Y había encontrado el verdadero amor. Además consideraba que en la balanza de su vida, el sueño propio era mucho más efímero que el peso de tres generaciones de Timerman.
Sin embargo, Maylen intempestivamente había abandonado todo aquello.


Vivir en el pedemonte y escalar sus picos era un reto que ningún joven del pueblo se perdía, al igual que hacer rafting en los rápido del río Tunuyán en época de deshielo, o esquiar y hacer snowboard en el invierno cuando la nieve está firme sobre la montaña. Los deportes extremos al alcance de la mano eran tan provocadores y atrayentes que pocos se resistían. Siete años atrás, con un grupo de amigos salieron equipados para escalar unas de las montañas cercanas. Un pico que hasta ese momento jamás habían alcanzado. De los que emprendieron aquella aventura juntos, dos no regresaron. Aun antes de curar sus heridas, Maylen tomó sus cosas y viajó a Buenos Aires.
Estaba de regreso, por unos pocos días, pero estaba segura que ni bien pusiera un pie en la casa sería como si nunca se hubiera ido. Nunca perdió contacto con sus padres. Su madre viajaba cada tres meses y su padre una vez al año. Sus hermanos ahora mayores también solían pasarse una o dos veces al año por su departamento en la ciudad de Buenos Aires.
Sacudió al cabeza para despejársela de la incipiente angustia y tomó el móvil para avisar que en diez minutos llegaría a la casa familiar. Su llegada sería toda una sorpresa, había mentido a su madre diciéndole que iría a disfrutar de sus ansiadas vacaciones, que tardaron tres años en llegar, a alguna isla del sur del Brasil.
El griterío de su madre y el de Rosa, la mujer que trabajaba en la tienda pegada a la de su madre se colaba nítido por el auricular y Maylen tuvo que alejarse de aparato para no quedar aturdida.
– ¿Diez minutos? ¿Dijiste diez minutos? – escuchó la pregunta a pesar de la distancia a la que sostenía el móvil.
– Madre estoy en la curva de Libko – Maylen acercó de nuevo el móvil para hablar con su madre.
– ¡Eso es menos de diez minutos! – fue lo último que entendió y sonriendo cortó la comunicación porque todo era gritos desde el otro lado, su madre comenzó a llamar a todos a viva voz, sin pensar que en cada una de las dependencias en las que podían estar los hombres contaba con extensiones telefónicas y además todos tenían su propio móvil.
Todavía con la sonrisa en los labios a causa del cartel y de la reacción poco femenina de su madre que era la imagen de la serenidad, estacionó el auto frente a la galería comercial para encontrarse con una docena de personas esperándola en la puerta de la casa. ¿Cómo lo había logrado su madre en tan poco tiempo? Era un misterio. Largas caminatas iban desde los viñedos a las bodegas y ni hablar de éstas a los almacenes, o la embotelladora. Generalmente dentro de la propiedad se movían en camionetas o tractores. Pero todos los que ella apreciaba estaban allí.
Los abrazos y besos fueron interminables. No se colaron recriminaciones, ni reclamos en la bienvenida. Sus hermanos la alzaron por los aires cuando les tocó el turno de saludar.
– Ustedes dos son unas bestias – regañó a sus hermanos cuando la dejaron en el suelo, acomodándose el vestido que se le había subido hasta el muslo.
– Ya no puedes darnos de coscorrones, hermanita – bromeó su hermano menor que le sacaba una cabeza de altura.
Libko era seis años menor y Lautaro ocho. Cuando ella se fue sus hermanos eran más bajos y más delgados, sobre todo Libko que había robustecido su cuerpo grande. Lautaro era alto, pero seguía siendo muy delgado. Hacía un año que no los veía. El último viaje de Libko a Buenos Aires, la encontró a ella en viaje de trabajo, cubriendo las noticias que sucedían en el interior de la provincia.
Los tres hermanos tenían nombres mapuches, comunidad originaria del lugar que trabajó con ellos desde que su bisabuelo comenzara con el trabajo en esas tierras. Su madre Millaray, era mitad mapuche y mitad alemana. Una mezcla exótica con la cual crearon una mujer exóticamente bella. Alta, de piel acanelada, verdes ojos rasgados en una cara ovalada y fina, con el fino cabello color caramelo fundido. Maylen era igual a su madre, sólo unos centímetros más alta y con el pelo más rebelde y ensortijado. Sin embargo, Libko eran como su padre, su tío y su abuelo. Alto, de cabellos claros, aunque su abuelo ya había cambiado a blanco, ojos grises, cuerpo grande por el trabajo con la tierra y sonrisa cínica. Lautaro era un rebelde en todos los sentidos: altísimo, desgarbado, cabellos oscuros y ojos azules y exhibía la sonrisa más pícara que pudiese existir.
– No, ya no puedo en la cabeza pero se me dan bien los puntapiés a la espinilla.
– Sin peleas niños – regañó Rosa a los hermanos y apartó a Libko para abrazar a la hija pródiga – Bienvenida a casa hija, espero que podamos tenerte por un buen tiempo – dijo con su voz dulce.
Rosa era como la tierna abuela que ella y sus hermanos no llegaron a conocer. Vivió en la viña desde que comenzara a trabajar en ella cuarenta años atrás, cuando su abuelo le dio trabajo y vivienda a una pareja joven y con ganas de progresar. Era viuda desde hacía veinte años, su esposo fue capataz de la plantación hasta que murió, puesto que actualmente ocupaba uno de sus hijos. Que allí se encontraba junto a tres hermanos más dando la bienvenida a la niña mimada de la finca.
Terminados los saludos la familia entera dejó todas sus ocupaciones en manos de sus dependientes y se instaló en la casa grande para interiorizarse de la vida de Maylen. Ella le contó de sus trabajos, de las noticias que más la habían impactado últimamente y que sólo estaría de visita por veinte días. Volvería a Buenos Aires para disfrutar de los restantes días libres, antes de que su móvil sonara a cualquier hora y cualquier día de la semana para ir a cubrir la noticia del momento. Desde hacía tres años trabajaba para un importante noticiero de un canal de aire muy visto a nivel nacional, pero hacía sólo uno que trabajaba como cronista de exteriores y su cara comenzó a aparecer en los televisores de todo el país y todos solían verla por en la televisión cubriendo las noticias. Su familia ya lo sabía pero igualmente ella contó a todos los presentes que la oportunidad en el noticiero se la dio su compañera y única amiga de la ciudad al quedar embarazada y dejar libre el puesto. Durante dos años ella fue la fotógrafa que siempre acompañaba al móvil del canal, hasta que un día, dos minutos antes de salir al aire, Rosario comenzó a descomponerse en medio de una batalla campal entre personas que habían usurpado un edificio público y la policía, en plena ciudad. Se llevaron a su amiga hasta el móvil a la espera de la ambulancia, ella agarró el micrófono y pidió al camarógrafo que siguiera la contienda mientras narraba lo que sucedía. A los ejecutivos del canal les gustó mucho la cobertura de la situación. A su amiga le prescribieron reposo absoluto durante todo el embarazo y ella con el título de Comunicadora Social sin estrenar bajo el brazo aceptó la propuesta de comenzar a trabajar como cronista.
Maylen tenía otra pasión que la llevó a conseguir el trabajo que actualmente tenía. La fotografía. Ella tenía un don para captar las imágenes, a lo que le agregó estudio y técnicas de diseño que hacían que sus fotos se publicaran en las revistas más importantes del país. Pudo conjugar sus dos pasiones y por el momento podía con ambas. Pero no le quedaba tiempo ni para respirar. Corría de un lado a otro todos los días del año. Eso había ido a buscar lejos de su hogar y lo había conseguido. Tenía el título de periodista trabajaba ejerciendo su profesión, sacaba réditos de su otra vocación y su cabeza tenía poco tiempo para pensar en el pasado.
Después de comer y una larga sobremesa rodeada de decenas de personas que se acercaban cuando se enteraban que estaba de regreso, ponerse al tanto de las últimas novedades en el pueblo, repartir los regalos que le había llevado a todos, se dispuso llevar a cabo la segunda de las cinco cosas que la habían llevado nuevamente a ese lugar. El lago.

CIELO MÍSTICO


Relato corto completo - Romántico.




CIELO MÍSTICO                                  



La invitación fue de lo más llamativa, Elena sabía que a ella esas cuestiones esotéricas no le interesaban en absoluto. Es más, descreía de todo y pensaba que los grupos que se formaban para averiguar sobre los movimientos espirituales y paranormales que marcaban a fuego las cosas, era solo un grupo de locos con tiempo disponible para fantasear. Pero un viaje a Córdoba no le venía mal. En el trabajo tenía disponible una semana de vacaciones no tomadas del verano anterior, que tenía que utilizar antes que acabara el mes para no perderlas y no tenía a nadie que le afectara que ella viajara. Elena llevaba preparando el viaje desde inicio de año, cuando se uniera al grupo de “locos cósmicos” como le decía y en esa semana la invitó para que la acompañara. Su novio (otro loco cósmico), la había dejado porque encontró un áurea gemela que le enviaron los ángeles. Se fue con otra.
Martina, dejó el ordenador, se levantó de su cómodo sillón e hizo la llamada.
– Me he decidido, viajo contigo – los gritos traspasaban el auricular del teléfono y Martina escuchó con infinita paciencia todo lo que iban a poder hacer esos tres días que estarían en la provincia mediterránea. – Viajaremos en mi coche, no tengo ganas de andar en las estaciones de micros – dijo con firmeza y no aceptó conjeturas al respecto porque Elena quería ir en el Bus que llevaría al grupo.
Llegaron a Carlos Paz, una de las ciudades más bonitas de Córdoba, el diez de noviembre a la mañana. Los del grupo llegaban a la tarde. La cita de los “Locos Cómicos” era el 11-11-11 a las 11y 11 de la mañana, en Capilla del Monte un pueblo que queda unos kilómetros más al norte de la provincia, un lugar rodeado de altos cerros que superan los dos mil metros de altura y un paisaje paradisíaco muy poco modificado por la mano del hombre. El epicentro de la reunión era el Cerro Uritorco, el más alto y célebre por sus avistajes de ovnis, testiguado por cientos de personas. Punto cúlmine de reunión de todos los ritos místicos y cultos esotéricos. El enigmático lugar estaría plagado de locos pensaba Martina. El día “D” a la hora programada se abriría un portal sideral que traería un nuevo orden al planeta, más espiritual y evolucionado, según los locos.
El día que llegaron lo utilizaron para recorrer la bella Carlos Paz, caminaron a orillas del lago San Roque y disfrutaron de un día a pleno sol de primavera, por la noche cenaron en uno de sus elegantes restaurant y se fueron temprano al hotel, pues los preparativos del espíritu de Elena para recibir la nueva era, era bastante largo.
- ¿Cómo que no me acompañarás a Capilla del Monte?
- Sabes que no me gustan esas cosas, te acompañé para relajarme y porque me encanta Córdoba, pero no me obligarás a marchar con esa horda de lunáticos.
- Los primeros que abran su mente y su cuerpo a la nueva etapa son los que más se beneficiarán de ella.
- No creo una sola palabra de todo lo que dices Elena, yo creí que tú solo lo repetías porque estabas loca por Daniel, pero veo que te ha pegado duro el misticismo.
- Daniel – suspiró enamorada y se tiró en la estrecha cama – Después de mañana volverá a mí.
- Elena no puedes estar hablando en serio – reprendió Martina a su amiga – ¿Realmente crees que tu alma se llenará de esa cosa espiritual y tendrás el poder de atraer a quién tú quieras?
- Y lo que tú quieras también – rectificó sentándose en la cama – Martina ya te he explicado muchas veces que a partir de mañana todo cambiará, el aura del mundo cambiará y los que estemos allí para recibirla tendremos un alma más evolucionada. Nos conectará a la energía cósmica del universo.
- Eso es de locos, verdaderos locos.
- Ve y obsérvalo tú misma.
- Tengo la sensación que algo se abrirá cuán película de ciencia ficción y caerán bolas de fuego del cielo.
- Nada visible caerá, pero todo cambiará – predicó Elena con los brazos en alto como queriendo tocar el techo de la habitación del hotel.
- Elena me das miedo cuando hablas así – dijo y se acomodó en su estrecha cama paralela a la de su amiga - No, no iré, saldré a pasear, quiero ir hasta Cosquín, allí pasamos la semana de egresados al terminar la secundaria ¿Lo recuerdas?. Es una ciudad bellísima y nunca he vuelto.
- Tienes que venir, tu vida cambiará - continuó sin darle importancia a la pregunta de su amiga.
- Estoy bien como estoy.
- Eso no es cierto, tienes treinta años, estás sola, todas tus relaciones son muy cortas y terminan mal. Tú dices que no les prestas atención a los hombres por tu trabajo y odias tu trabajo.
- Eso no es cierto – negó sentándose de golpe en la cama, enojada por la exposición de su amiga – A ti tampoco te va muy bien, trabajas en lo mismo que yo y también estás sola y… y ¡tienes un año más que yo! – concluyó enojada y volvió a acostarse esta vez tapándose la cara con la almohada.
- Pero tengo la mente abierta al cambio – declaró con parsimonia. Sin anunciarlo se paró de improviso y arrancó la almohada de la cara de Martina – ¡Y no soy un año más grande, solo meses!
- Está bien, te acompañaré si me dejas dormir- aceptó acostándose nuevamente.
- Tienes que prepararte para ir- advirtió apartándose de la cama para alcanzar algunas cosas.
- Me bañaré antes de salir.
- No ese tipo de preparación.
- No pienso hacer ninguna otra.
- No recibirás nada si vas con esa actitud.
- No quiero nada, solo que me dejes en paz – volvió a levantarse y vio que Elena se había sacado la ropa, solo quedaba con la ropa interior y se estaba untando con una crema verde, el corto cabello rubio estaba igual de embadurnado y solo se le veían los ojos verdes en la cara, que ya había terminado con la cabeza. - No me untaré eso en el cuerpo.
- Sólo lo tienes que hacer en la cabeza, para purificar el cuerpo tienes que meterte dos horas en la bañera con estas sales - anunció levantando un frasco gordo de vidrio forrado de una bella tela cuadrillé rosado y blanco que terminaba con un hermoso moño de la misma tela en la boca del frasco – Primero lo haré yo – determinó y entró al baño pero antes le arrojó el pomo con la crema verde para que comenzara.


Martina observó el pomo, midió su largo cabello castaño claro que le llegaba a mitad de la espalda. Pensó en lo mucho que se había quejado al pagar la suma que le cobró la peluquera después de hacerle un baño de crema y colocar aceites que le mantendrían lo bucles naturales en orden y en forma y dejó el pomo sobre la mesita que estaba entre las dos camas.


- Esa crema te hará bien a los rulos – gritó Elena desde el baño.




El ascenso al cerro era agotador, el sol estaba a pleno y a las ocho de la mañana el lugar estaba plagado de gente. Martina no podía creer lo que veía. Gente de todos los países del mundo se había dado cita en ese lugar para presenciar aquello que decía Elena que iba a pasar. A pesar del escepticismo, la algarabía era contagiosa. La mayoría de las personas estaban allí porque efectivamente creían que algo iba a ocurrir esa mañana, otros por curiosidad y tendría que haber alguno como ella que solo estaba de acompañante. Elena le había comentado esa mañana que se esperaban por lo menos a siete mil personas. Martina rió con ganas cuando se lo dijo. Ascendiendo la cuesta y mirando la cantidad de persona desperdigadas por todo el lugar se podría decir que su amiga se había quedado corta. Diálogos en todos los idiomas y con diferentes acentos se escuchaban mientras avanzaban cuesta arriba. Una parte la hicieron caminando y otra con una aerosilla. Martina se consideraba en forma, era delgada, ni baja ni alta, un metro sesenta y cinco estaba más que bien, ella asistía al gimnasio tres veces por semana durante una hora y media y además salía a correr en una plaza que estaba frente a su casa en Buenos Aires, todos los días durante veinte minutos antes de salir hacia la oficina. Elena era prácticamente de la misma contextura que ella y al gimnasio asistían juntas, pero definitivamente no estaban preparadas para aquello, alcanzaron la cima en la aerosilla y se tendieron como si hubiesen llegado a la cima del Everest, no tenían ni una pizca de energía en sus cuerpos.


- Espero que eso que viene traiga una buena dosis de vitaminas porque de aquí no voy a poder bajar – balbuceó Martina sin fuerzas.
- Faltan poco menos de dos horas – aseveró Elena consultando el reloj, levantando el brazo – No recuperaremos para entonces.


Martina cerró los ojos, con la cara hacia el sol y a la mente le vinieron las palabras de su amiga. A Elena la conocía desde el secundario, habían sido compañeras y compinches desde el inicio. Al terminar iniciaron la carrera de Administración juntas y estuvieron cuatro años distanciadas cuando Elena se casó, al cursar tercer año de carrera. Martina se había mudado a vivir sola ni bien se recibió a los veinticuatro años y se asentó en el trabajo. Un día paseando por una exposición se volvieron a encontrar y Elena le comentó que estaba en trámites de divorcio, de eso ya hacía tres años y volvieron a ser inseparables. Vivían a pocas cuadras de distancia y trabajaban en edificios contiguos en pleno centro de la ciudad, lo que les permitía almorzar juntas todos los días. Elena no había tenido hijos en su matrimonio y Martina lejos estaba de tales planes. No había planeado su vida de esa manera pero era verdad que cuando comenzaba una relación ella no se entregaba por completo, había algo que siempre le faltaba. Tuvo tres parejas con las que compartió varios momentos lindos pero terminaron cuando ellos le reclamaban que no le dedicaba a la relación el tiempo necesario. Su excusa siempre fue el trabajo, pero también era verdad que desde hacía dos años cada vez estaba más disconforme, su único ascenso lo había logrado a pocos meses de recibirse de Licenciada en Administración y desde ese momento nunca la tuvieron en cuenta para ninguna gerencia. Trabajaba como nadie y cada vez que había una disponibilidad gerencial traían a alguien de afuera. Su descontento con la empresa estaba empezando a afectar su productividad y su atención en el trabajo. Ella era encargada del Análisis de los Costos y en los dos últimos meses había números que no le cerraban, pero no le importaba demasiado. En otro momento se habría quedado a vivir en la empresa hasta encontrar el desvío, pero no más.


Comenzó a oír cánticos y Elena la sacudió.


- Faltan cinco minutos.
- ¿Ya?
- ¿Te has dormido?
- No lo sé. Tal vez.
- Vamos ponte de pie – diciendo esto le extendió los brazos para ayudarle a levantar.
- ¿A dónde has ido?
- A encontrarme con los chicos – le terminó de ayudar y se sacó las gafas de sol – ¡Vamos falta poco!
- ¿Qué hay que hacer?
- Nada, tú solo alza la cara al sol y abre tu corazón.
- Solo eso.
- No seas cínica Martina, sabes lo que quiero decir – hablaba y la arrastraba hacia el grupo de locos cósmicos al que ella pertenecía.
El bullicioso lugar minado de personas, dos minutos antes de la hora señalada, parecía una tumba. Había tal silencio que se escuchaba al viento mover las hojas de los arbustos del lugar. Todas las personas estaban mirando el cielo con los brazos abiertos, las manos extendidas y los ojos apostados en una única dirección. Martina hizo lo mismo.




- Te dije que nada iba a pasar – farfullo engreída.
- Yo te dije que nada se vería.
- Dime la hora, no traje el móvil.
- Once y cuarenta.
- Tengo hambre.
- Elena, ¿qué haces acá? – una gruesa voz se acercaba a sus espaldas y por lo que escuchó conocía a su amiga y no era de ninguno de sus locos amigos que ella desgraciadamente conocía.
- ¡Gonzalo! ¿Cómo estás?
- No tan bien como tú.
- ¿Qué haces aquí?
Otro loco cómico, pensó Martina.
- Curiosear.
- ¿Y tú?
- Mira quién estás aquí – dijo sin responder a la pregunta del desconocido y agarró de los brazos a Martina para hacerla girar hacia la voz.
- Ho...Hola – pudo decir ella, anonadada por la sorpresa de tener enfrente a Gonzalo Padua. Unos enormes ojos verdes transparentes se abrieron grandes y una sonrisa para desmayarse se dibujo en el hermoso rostro que la había tenido despierta muchas noches en la adolescencia.
- Martina Voskov, “la Rusa” – lo oyó decir y se acordó del apodo que le habían puesto en el secundario. Hacía tanto tiempo que nadie la llamaba sí, que le dio una enorme nostalgia escucharlo.
- “La rusa”- repitió Elena – Me había olvidado que te llamábamos así ¿Lo recuerdas?
- ¿Cómo olvidarlo? Más teniendo a su creador enfrente – respondió recobrando la compostura - ¿Cuánto tiempo? – preguntó y saludó con un beso al recién llegado.
- No tanto – musitó Gonzalo y alargó los brazos para apretujarla contra sí.
El inesperado abrazo la dejó absorta, y sonrió a su amiga que se mantenía a un lado sonriente.
- Quiero presentarles a mi socio – dijo mientras soltaba a Martina y se giraba para llamar a alguien haciéndole señas con las manos para que se acercara.
Era tal el movimiento de gente que las mujeres no podían discernir cuál de todas las personas que justo en ese momento se dirigían en su dirección era a la que había llamado Gonzalo. Esperaron hasta que un apuesto hombretón, tan alto como Gonzalo se metiera entre los tres que esperaba para saber quién era.
- Este es Ariel, mi socio- dijo a las mujeres y volviéndose las presentó – Mis compañeras de secundario.
- Que pena no haber asistido a la misma escuela, estaría casado en este momento – bromeó, e hizo sonrojar como si de colegialas se tratara a las dos mujeres que lo miraban embobadas.
Ariel era muy, pero muy apuesto. Una nariz recta, una boca ancha de labios perfectos y unos ojos azules que hacían más oscuros sus cabellos revueltos por la brisa serrana. ¡Y tenía hoyuelos! Las mujeres lo saludaron y no dejaban de sonreír.
- ¿Están solas? – preguntó Gonzalo.
- No lo creo – respondió Ariel, que miraba en todas direcciones por arriba de las cabezas de las mujeres – Yo no dejaría a mi mujer sola, más en un sitio como este – siguió adulando.
- Solas, lo que se dice sola, con todo este movimiento de gente, imposible.
- Elena, siempre eras la graciosa del grupo – recodó con una sonrisa.
- Simpática – rectificó – No graciosa, ni payasa.
- Es lo que quería decir – aseveró Gonzalo - ¿Y chicas están solas o no? Porque si lo están podemos ir a almorzar juntos y recordar viejas épocas.


Que irónico pensó Martina, suben dos mil metros para recibir la nueva era y lo que se llevan son recuerdos de más de doce años atrás.


Iban a quedarse a almorzar en una posada al pie del cerro, pero decidieron llegar otra vez a la ciudad de Carlos Paz. Entre risas, recuerdos, anécdotas y más risas se contaron sus vidas actuales, de sus trabajos, de sus fracasos y sus proyectos. Las mujeres se enteraron que Gonzalo y su socio abrirían una agencia de servicios financieros en Cosquín y estaban urdiendo los negocios en esa ciudad, que tanto quería Martina, cuando se enteraron del movimiento de gente que estaba llegando a Capilla del Monte para el acontecimiento estelar. No eran adeptos al movimiento pero hacía días que estaban muy atareados con el negocio y decidieron ampliar su mente observando de qué se trataba todo aquello que por la zona daba tanto de qué hablar y además tomarse un día libre. También se enteraron que ambos hombres eran solteros y no tenían o al menos dijeron no tener compromisos en ese momento.
El almuerzo se extendió hasta entrada la tarde y quedaron en volver a encontrarse a la noche para cenar y seguir recordando.
- Notaste como te miraba Gonzalo – preguntó Elena cuando estaban tiradas cada una en su cama.
- Como a una persona que hace muchos años no ve – respondió con los ojos cerrados y girándose para darle la espalda a su amiga.
- Se te movió la estantería, por eso estas enfadada ¿verdad?
- No se me movió nada, y si no era porque me suplicaste en el baño del bar que aceptara salir a la noche, no lo hubiese vuelto a ver, por lo menos, durante doce años más.
- ¿Qué se siente estar con tu primer novio?, el del primer beso y el de las primeras caricias y el prime…
- Nada, no se siente nada – respondió enfadada y giró hacia ella - ¿Qué siente tú, cuándo te encuentras con tu ex marido que también fue el primero?
- Me da ganas de matar a ese cerdo repugnante, no entiendo como lo aguanté tanto tiempo – Se sentó en la cama y se enfrentó a su amiga – No es lo mismo, estamos comparando a un amor de secundaria con un tipo violento.
- Perdóname Elena, perdóname – dijo verdaderamente arrepentida de sus palabras y se abrazó a su amiga – Sí me movió la estantería ¿Conforme?- declaró después de un rato de estar abrazada a Elena.
- Lo sabía, y pude ver en los ojos de Gonzalo que también a él le pasaba algo.
- No puede ser, es un hombre grande, ni siquiera se debe acordar que fuimos novios dos meses y en ese corto tiempo se quedó con mi virginidad.
- Pero estuviste enamorada de él desde la primera semana del primer año del secundario.
- Ese año que por fin se dio cuenta que existía, tardó hasta fin de año para hablarme – recordó con una sonrisa - Los dos últimos meses del año… y terminó como terminan todas las parejas de secundaria, tienen relaciones después de la fiesta de egresados y luego chau, hasta nunca.
- El tuvo que viajar porque sus padres se fueron a vivir a España, por la crisis ¿Recuerdas?
- Elena, no hay nada entre nosotros – se volvió a acostar en su cama y cerró los ojos – Métetelo en tu mística cabecita.
- Yo creo que las áureas se encontraron nuevamente.


Elena no había tenido respuesta no sabía si era porque le estaba dando la razón o porque se había quedado dormida, pero se quedó con una sonrisa en los labios.


Esa noche, a las nueve en punto los hombres se presentaron en el hall del hotel a esperar a las damas. Ellas elegantemente vestidas para una cena formal se presentaron quince minutos después. La ciudad estaba bastante cargada de los turistas extranjeros que llegaron de Capilla del Monte por las mejores posadas y hoteles de la ciudad que era mucho más grande y sofisticada que el pueblo donde estaba el legendario cerro. Encontraron mesa en un bar bastante distante de las calles céntricas, y allí los comensales se sentaron a comer en un clima bastante menos jocoso que en la tarde. Gonzalo solo tenía tenciones para Martina. Después de cenar salieron a la ciudad y se dirigieron a orillas del lago caminando. Comenzaron caminando los cuatro juntos, pero a medida que avanzaban se iban dividiendo en dos parejas y las conversaciones también se transformaron solo para dos.


- Martina, no sé cómo decir esto sin que suene a que quiero aprovecharme de la situación – se paró delante de un árbol y se apoyó en él quedando de frente a ella que se detuvo y miró hacia atrás pero no vio a la otra pareja.
- Solo dilo y ya – dijo ella.
- Te extrañé mucho cuando estuve es España.
- ¡Por Dios! Éramos dos criaturas que queríamos experimentar el amor.
- Para mí no fue así. Dos años estuve enamorado de ti antes de pedirte que fueras mi novia.
Martina lo miró sorprendida, no podía creer lo que oía.
- Hubiese dado cualquier cosa por quedarme, pero mis padres vendieron lo poco que les quedó para hacer ese viaje. Nos quedamos sin nada y tuvimos que empezar de cero muy lejos de aquí.
- Me enamoré de ti la primer semana del primer año – confesó Martina mirando un punto inexistente muy lejano sobre el lago – Eras tan engreído y seguro de tu hermosura que te odiaba al mismo tiempo.
- ¿Te parecía hermoso?
- El más guapo que jamás hubiese visto.
- Me agrada más guapo que hermoso – murmuró cerca de su oído.
- Tú eras una muñeca, tan fina, tan señorita que pensaba que nunca mirarías a un chavo transpirado y oloroso que siempre estaba con una pelota en los pies.
- De veras que me tenías bastante mal.
Gonzalo estiró ambas manos y tomó las de Martina para hacerla girar hacia él.
- Me sigues pareciendo una muñeca – dijo muy serio acercando la cara a la de ella – Estay muy guapa Martina, me alegra que estés sola.
- No es bueno alegrarse de la desdicha de los otros.
- No pareces desdichada, y me alegra porque tengo que pedirte algo.
- ¿Qué tienes en mente?
- Necesito una gerente de Recursos Humanos de confianza.
Martina se echó a reír, soltó de las manos y rió con ganas como hacía mucho tiempo no hacía con un hombre.
- Tendría que mudarme a Córdoba – dijo cuando se sosegó un poco.
- No tienes ataduras en Buenos Aires y puedes viajar cuando quieras a ver a tus padres.
- Tendría que pensarlo. Mudarse a ochocientos kilómetros es una cuestión importante y hay que tener en cuenta muchos detalles.


Dos semanas después de volver de Córdoba, Martina no podía dejar de pensar en la propuesta de Gonzalo. No podía dejar de pensar en Gonzalo y en el tierno beso que le había dado de despedida esa noche al dejarla en la puerta del hotel. “Nunca te olvidé” le había dicho con un sentimiento que casi hace que se arroje a sus brazos y le suplique que entrara con ella. Pero se contuvo y solo respondió en un susurró inaudible “yo tampoco”.
Acordaron que mantendrían contacto telefónico hasta que ella se decidiera, pero ni una sola vez había llamado. Martina estaba comenzando a sospechar que todo lo que había ofrecido era con el único propósito de llevársela a la cama, solo por esa noche que estuvieron en Córdoba. Menudo idiota había sido si eso era lo que había pensado, ella había estado dispuesta a pasar una única noche con él sin mentiras de por medio. Es más, esa treta le valió a los dos irse a dormir solos o al menos a ella. Con la propuesta de trabajo en las manos no quería mezclar las cosas.
Martina salió de la ducha y estaba por prepararse algo liviano para cenar. Durante el relajante baño, había tomado la decisión de llamar a Gonzalo por la mañana y si seguía en pie el puesto de gerente iría por él. El teléfono sonó cuando estaba camino a la cocina y se
volvió para atender.
- Hola Martina, soy Gonzalo – se oyó desde el otro lado del auricular
- ¡Gonzalo que sorpresa!
- Quedamos que nos hablaríamos – le recordó – Y tú ni hiciste el intento.
- Había planeado hacerlo mañana, ya tomé una decisión.
- No me lo digas todavía- la interrumpió antes de que siguiera hablando y le develara lo que había decidido.
- ¿Ya no está vacante el puesto?- preguntó Martina compungida.
- No – negó rotundamente e hizo una pausa – Quiero que me digas lo que decidiste frente a frente.
- No puedo viajar a Córdoba… - estaba explicando Martina cuando oyó golpes en la puerta.
- Te llamo mañana, me están golpeando la puerta – dijo rápidamente y cortó. Enojada porque creía confirmar sus sospechas con la actitud de Gonzalo, sin preguntar nada abrió la puerta de golpe y se encontró con el sonriente rostro del responsable de su irritación.
- Nunca preguntas antes de abrir- la reprendió como a una niña.
- Gonzalo, ¿qué haces aquí?
- Te he dicho que quiero que mes des tu respuesta en la cara y además no aguantaba un día más sin verte- sin mediar más palabras la tomó de la cara y la besó hasta agotarse. Martina al principio sorprendida actuaba con reservas, pero la pasión de él era contagiosa y pronto se perdió en esa pasión.
- Me he dado cuenta que nunca dejé de amarte – le confesó entre beso y beso – Eras tú, solo tú, por eso no podía tener ninguna relación duradera.
- Menos mal que lo comprendiste cariño porque no sé qué hubiera pasado si venía a confesarte que te he amado desde que ese primer beso en la escuela y no hubo nada que te sacara de mi mente todos estos años.
- El día que nos encontramos en la reunión de los locos, a pesar de no creer, en el momento de recibir lo que tenía que recibir, solo pensé que quería el amor verdadero y minutos después te encontré a ti- confesó Martina abrazada con fuerza a Gonzalo.
- Ese día a la hora señalada yo pedí, volver a sentir aquello que sentí esa vez que te hice el amor por primera vez, estaba tan desesperado, tan loco por ti. Nunca volví a sentir esa necesidad hasta minutos después que te encontré a ti.
El día 11-11-11 a las 11y 11 de la mañana algo pudo pasar, eso dicen de los días que se alinean los números, tal vez no. Por las dudas ten la mente abierta…




Fin.

Benditas Tierras

Novela Romántica Histórica de la época de la conquista, que describe una de las odiseas más grandes que soportó un grupo de mujeres para llegar a las Benditas Tierras del extremo sur de América.

 





Sinopsis


A los 16 años Ilse jamás hubiese podido imaginar cómo le cambiaría la vida su matrimonio con el apuesto soldado español Rodolfo de la Torre Nueva.


Dejar su Alemania natal para vivir en tierras ibéricas, y convertirse en una importante dama del reino de Castilla nunca había pasado por su mente soñadora. Pero su sueño no duró mucho, en pocos años se vio huyendo de un esposo violento que no solo la maltrataba a ella, sino también a sus hijos.


Desesperada se embarcó hacia nuevas tierras, se arriesgó a cruzar el océano con su hija Gabriela y vivir una odisea para llegar a una insipiente ciudad fundada por conquistadores españoles.


Dejó todo atrás, su identidad, sus bienes, su hijo menor y a su cruel esposo que no cejará en atormentarla.


Gabriela se convertirá en mujer en ese largo camino y junto a su madre buscarán la verdadera felicidad,
en esas lejanas tierras, con personas extrañas, costumbres curiosas, creencias insólitas, pero tan apasionadas como ellas mismas.



El enlace para leer la novela completa en RNR es:

http://www.rnovelaromantica.com/portal/index.php/novelasonline/item/benditas-tierras?category_id=111

Si Hay Una Sombra...


Novela Romántica Histórica que tiene como una de  las protagonistas a una Eva Duarte niña-adolescente. Una parte de su vida no muy conocida que compartirá junto a Juliana en búsqueda del amor.


Sinopsis:


Juliana vivió sus primeros veinte años de vida como la sombra de su propia existencia. Acatando y obedeciendo. Una madre ausente, un padre cruel y violento; y hermanos muy lejos. La única luz de su vida era Eve, su amiga, que le aportaba alegría y aliento a su lúgubre existencia.


El espíritu aventurero y soñador de Eve exhortaba a Juliana a dejarlo todo y comenzar una nueva vida lejos del pueblo, de la casa y de su padre. Sobre todo cuando éste le comunicó los planes de matrimonio que había concertado para ella con un importante y adinerado hombre de ciudad que contribuiría a que él se procurase un cargo en la política. Juliana se encontrará por primera vez con la encrucijada que le cambiará la vida para siempre: obedecía una vez más las órdenes de su padre (decisiones que nunca le aportaron ninguna satisfacción), ó, se animaba a dejar la jaula dorada aventurándose con Eve a vivir el sueño de mudarse a la gran ciudad de Buenos Aires de 1930.


Decidiese lo que decidiese su vida cambiaría para siempre.



El enlace para leer la novela completa en RNR es:

http://www.rnovelaromantica.com/portal/index.php/novelasonline/item/si-hay-una-sombra?category_id=111